viernes, 1 de noviembre de 2013

Made in…


Irene Casado Sánchez (CCS)

Made in China, India, Turquía, Marruecos. Esto es lo que nos encontramos en la mayoría de las etiquetas de la ropa que nos ponemos cada día. Los gigantes de la industria textil como Inditex, Mango, Nike, Benetton, H&M o El Corte Inglés, fabrican sus productos en el extranjero. Reducir los costes en la producción para aumentar sus beneficios es su principal política. No importa si para ello es necesario instalar sus fábricas en países donde se explota a los trabajadores con salarios de miseria y jornadas laborales inhumanas.

Las grandes empresas textiles pagan cantidades ínfimas por cada prenda que se fabrica en el extranjero. Sin embargo, estos productos llegan al consumidor con unos precios nada desdeñables. ¿Sabemos cuánto cuesta en realidad la ropa que llevamos? Con la llegada de las rebajas son muchos los que se plantean hasta qué punto se multiplica el coste del producto y cuál es el margen de beneficio para la empresa. En Zara podemos encontrar abrigos fabricados en China por el módico precio de 130 euros, con la llegada de los descuentos la misma prenda puede llegar a costar 30 euros. La empresa continúa teniendo beneficios. La cuestión es cuánto paga el gigante textil a los productores, fabricantes y transportistas.

Ropa Limpia, una coalición de ONG, sindicatos y organizaciones de consumidores, lucha por mejorar las condiciones laborales en el sector textil a nivel mundial. En 1989 un grupo de ciudadanos se manifestó frente a unos grandes almacenes en Holanda. Denunciar las deplorables condiciones de los trabajadores en Filipinas, lugar donde se confeccionaba la ropa, fue su motivo de protesta. A partir de aquella reivindicación apareció la llamada Campaña Ropa Limpia (CRL). A pesar de que han transcurrido 24 años desde aquella manifestación, la situación de los trabajadores en el sector textil no ha mejorado.

El 24 de abril de este mismo año se produjo la mayor tragedia en la industria de la confección en Bangladesh. Tras el derrumbe del edificio Rana Plaza, donde se encontraban varios locales comerciales y fábricas textiles, más de 1.000 personas perdieron la vida y cerca de 2.000 resultaron heridas. El dueño del edificio, varios propietarios de las fábricas y talleres textiles fueron detenidos por persuadir a sus empleados para que acudieran a trabajar a pesar del mal estado del edificio.

Empresas españolas como Inditex, Mango y El Cortes Inglés, gigantes como Walmart, Carrefour o JC Penney, adquirían y producían sus productos en estas fábricas. Seis meses después del suceso, ninguna de estas empresas ha indemnizado a las víctimas. “Es hora de que todas las marcas relacionadas con la tragedia asuman su responsabilidad financiera por un desastre que deberían haber prevenido”, ha denunciado Ineke Zeldenrust, secretario internacional de la Campaña Ropa Limpia.

La mayoría de los empleados de la industria textil bengalí reciben un salario mínimo de 28 euros al mes, el más bajo del mundo. “Tenemos que trabajar durante largas jornadas porque nuestra remuneración no es suficiente para vivir”, denunciaba Horn Vy, una trabajadora camboyana del sector textil. Más de 15 millones de personas trabajan en el sector textil en Asia. Más del 60% de las prendas que se comercializan en el mundo procede de esta región. La pobreza de estas áreas obliga a miles de personas a trabajar en condiciones insalubres y peligrosas a cambio de salarios de miseria.

Desde Ropa Limpia han lanzado una campaña para conseguir salarios dignos para los trabajadores de esta industria y mejorar su situación. Para ello tratan de presionar a las marcas de ropa para que garanticen a todos los trabajadores de su cadena de suministro una remuneración justa. Han pedido a los gobiernos que establezcan unos salarios mínimos que impidan la explotación laboral. Han instado a los gobiernos europeos a que desarrollen regulaciones para garantizar que las compañías asuman su responsabilidad en la producción en el extranjero. Como consumidores también somos responsables. Vivimos en una sociedad de consumo desmedido y muchas veces injusto. Cuando adquirimos productos fabricados en condiciones de explotación y pobreza contribuimos al mantenimiento de esta situación. Denunciar y renunciar a las empresas que recurren a este tipo de mano de obra puede ser nuestro granito de arena para poner fin a la explotación laboral de miles de personas.

Irene Casado Sánchez es periodista.

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